jueves, febrero 23, 2006

LIBERTAD DE EXPRESIÓN...JA!



Siempre he creído que mi paso del instituto a la universidad significaría, entre otras muchas cosas, salir del “patio de colegio”, dejar de lado las gilipolleces de unos pocos, que no tenían en mente eso de madurar. Creía que, con una cierta edad, había ciertas cosas que se dejaban de lado, que eso de formar grupitos, de poner etiquetas, de marginar al diferente, lo había dejado en el pupitre del instituto. Pero, una vez más, me equivocaba, y no sólo me equivocaba, sino que además, todo esto, aquí, en la universidad se multiplica.

No sé si será fruto de mi mala suerte el haberme encontrado con gente así, y quiero creer que esto no es general al resto de clases, pero….después de los últimos acontecimientos, creo que ya nada me sorprende.

Antes de seguir con mis divagaciones, voy a poneros más o menos en contexto. Imaginaros una clase de unas 20 personas. Cuando se forma un grupo pequeño, pueden pasar dos cosas, la primera y más normal, es que todos se lleven bien, que el roce diario y el ser pocos, haga que se respire un “buen rollito”.Pero, amigos, también hay una segunda posibilidad, y es que todos se lleven a matar. Y como, habréis podido imaginar, esta historia va con el segundo caso, “el mal rollito”.

La historia de porqué vuelan cuchillos por el aire de la clase es muy larga y pesada de contar y sinceramente, no me apetece volver a los orígenes. Así que directamente pasaré al meollo de la cuestión.

La profesora, comienza la clase y no hay dios que pille lo que está diciendo, pero como el quejarse no es algo común, nadie dice nada, hasta que, llamémosle Luz, le dice, que cambie la forma de dar la clase, que vaya más lento porque no nos da tiempo. Y dirigiéndose a la clase, dice: “¿estáis de acuerdo?” Hasta aquí, todo parece normal, toda la clase está de acuerdo, porque es imposible copiar a la vez que escuchas a mil por hora, pero…no estamos en una situación normal…
Después de oír las burlas y risas de la primera fila, unas pocas valientes (hay que ser muy valiente para decir algo en esa jaula de pequeños terroristas) dijimos que sí, que estábamos de acuerdo. Y sin quererlo ni beberlo, nos vimos metidas en una de las peores situaciones en las que hacía mucho tiempo que no estaba metida. Alguien, se volvió y nos dijo textualmente: “A quién se le ocurra defenderla, la mato”.

Nos quedamos sin palabras, era algo que jamás me habría podido imaginar, ahora no sólo me cohibían, sino que no podía expresar libremente lo que pensaba. No sólo se contengan con ir en contra injustamente de un grupo, sino que encima te dicen a ti, con quién y con quién no debes hablar, y es más, lo que tienes que opinar.

Esto es sin duda, una de las peores cosas que me han pasado a lo largo de toda mi trayectoria educativa, la más lamentable y la que menos me entra en la cabeza.
Simplemente, por llevar la contra a una persona, son capaces de joderse ellas mismas y al resto de la clase. La irracionalidad llevaba a extremos. Actos así, sólo pueden darme pena.

Podría estar, miles de horas, hablando y debatiendo conmigo misma sobre esto, pero creo que no llegaría a ningún sitio. Me siento decepcionada, asqueada y desilusionada, ¿cómo gente así puede llegar a entrar aquí? ¿Hasta que extremos hemos llegado?
Libertad de expresión, si…ese derecho que si se ejerce corres el riesgo de ser amenazado. Y es que, hoy más que nunca, la libertad es eso que se pierde cuando nos dejamos someter por unos cuantos idiotas que nos dicen qué tenemos que pensar, cómo tenemos que actuar y con quién debemos hablar…

Y aquí, una suicida, se emprende a su “vuelo forzado”, porque siento que estoy a punto de estallar, siento que soy la mella de la bomba que se acaba de prender, la gota de agua que colma el vaso, y me río de la libertad de expresión.

P.D.: Por suerte, también hay gente que merece la pena, y estoy feliz de conocerlas.

sábado, febrero 11, 2006

Miradas

Hay muchos tipos de miradas: miradas que pasan inadvertidas, miradas que penetran de un sólo vistazo, miradas que ni sabes que te miran, ...y miradas que nunca puedes olvidar.

Hay personas que hablan con su mirada y otras, en cambio, que necesitan acompañarla de miles de explicaciones. Sea como sea, una mirada dice mucho de una persona.

Mi última "ida de olla" es observar la mirada de la gente mientras estoy en el bus; me detengo en cada persona que tengo enfrente y les miro a los ojos, intentando adivinar que se esconde tras esas miradas escurridizas.
A la gente le da miedo que les mires a los ojos; cuando miras a alguien que apenas conoces a los ojos, su mirada enseguida huye de ti, alejandose...como si tuviera miedo de que adivinaras lo que piensa, como si en su viaje diario dejara volar sus pensamientos más oscuros o íntimos y tuviera miedo de que alguien se los borrara.
Pero, como en todo en la vida, hay excepciones, y hay gente que no te rehuye la mirada, sino que la deja fija, mirandote también...y entonces el viaje en el bus se convierte en un intercambio de miradas y pensamientos de uno hacia otro, sin llegar nunca a intercambiar palabra, pero diciéndolo todo al mismo tiempo. Son esas miradas, que una vez dentro de ti, no puedes dejar de mirar, que te penetran y se quedan ahi, en tu mente, y por muy ilógico que parezca se convierten en miradas familiares, ya no son extraños los que viajan contigo cada día, se convierten en comañeros de viaje y de rutina, en cómplices de anéctodas...en fin, acaban siendo una parte más de ti.

jueves, febrero 02, 2006

Eduardo galeano "mujer que dice chau"

Me llevo un paquete vacío y arrugado de cigarrillos "Republicana" y una revista vieja que dejaste aquí. Me llevo los dos boletos últimos del ferrocarril. Me llevo una servilleta de papel con una cara mía que habías dibujado, de mi boca sale un globito con palabras, palabras que dicen cosas cómicas. También llevo una hoja de acacia recogida de la calle, la otra noche, cuando caminábamos separados por la gente. Y otra hoja, petrificada, blanca, que tiene un agujerito como una ventana, y la ventana estaba velada por el agua y yo soplé y te vi y ése fue el día en el que empezó la suerte.
Me llevo el gusto del vino en la boca. (Por todas las cosas buenas, decíamos, todas la cosas, cada vez mejores, que nos van a pasar)
No me llevo ni una sola gota de veneno. Me llevo los besos cuando te ibas (no estaba nunca dormida, nunca). Y un asombro por todo esto que ninguna carta, ninguna explicación, pueden decir a nadie lo que ha sido.

Vagamundo y otros relatos.